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sábado, 21 de junio de 2025

NOCHE Y AURORA


Al final del final de la tarde,
llega la noche,
la  negra noche llega,
y mi piel arde.

Arde de ardor de ganas de que llegues,
de ganas de ganarte,
de tenerte,
como un premio de tómbola.

De enredarte 
en mis manos y en mi pelo,
de sentir tu lengua dentro de mi boca
como un caramelo.

De contarte secretos
de adivinarte gustos 
y darte tres mil besos
que borren tus disgustos.

La noche en carne viva 
que se pone bonita,
que se viste de estrellas,
de caracolas,
de lava de volcán,
de trigo  y amapolas.

Mi preferida hora,
la que te trae a mí y te deja ser mío
hasta la aurora.

Isabel Salas


jueves, 19 de junio de 2025

SIN SOL


 Hoy 
quiero ser caracol.
Ni mulas ni canarios tienen cascarita
y yo quiero estar dentro.
Dentro de algo,
que sea casita
por un momento grato
y haga que se me olvide 
que me salí 
de ti.

Esconderme del sol.
 Escapar 
del control.
Huir de los horarios, quedarme calladita
y volver a mi centro.
A mí.

 Mi centro de comando.
 de control.
 De poder.
De poder sobre mí. 
De poder respirar y volver a vivir.
Centro de graves decisiones,
de gravedad.

Allí gravita 
la fuerza que preciso para no llorar
  y tratar de seguir,
continuar,
poder jugar y sonreir
sin ti.

Isabel Salas


domingo, 8 de junio de 2025

LA SEMANA

Dijiste una semana. 

Una semana llena de horas divididas en días que en un primer momento me parecieron eternos, pero aún así me preparé. Imaginé que sin ti, serían siete noches tristes y siete tristes días con sus tristes tardes casi imposibles de soportar, pero me obligué a sonreír y confiar. 

Soy una especialista en eso, en sacar sonrisas del sombrero mágico de dónde otros sacan conejos y palomas.

Así que saqué una y me la puse. 

Me preparé para esperar a que pasaran esos siete días, sabiendo en el fondo de mi alma que era mentira y no regresarías. Aún así me dispuse a contarlos uno a uno, a mano.

Y el alma tenía razón.

El siete se estiró como los cuellos de los dos millones de pollos que hay que matar para conseguir un kilo de orejas de pollo.

Mucho.

Mucha sangre, mucho dolor, muchas lágrimas de pollo y mías mezcladas y al final plumas por el suelo, tus canciones malditas que suenan en mi cabeza y tu horóscopo chino, que  debe ser rata o algo que rime bien con cabrón por si tengo que escribirte un poema que salga bonito y digas gracias por bendecirme.


Que bien rimado está.
Muchísimas gracias. Aleluya. Amén.

Pero que pena que los dos millones de pollos ya no podrán oirte porque sus orejas ya no están.
Ni yo.

Ni esas luciérnagas del bote de cristal que estaban allí para ser lamparita pero nadie aguanta brillar tantos días y están dormidas o sordas o muertas y ya no vuelan ni bailan aunque venga en persona Juan Gabriel a cantarles, con Bisbal y con todas las otras encantadoras voces masculinas del panorama musical mundial.

Isabel Salas




domingo, 16 de marzo de 2025

AMO A UN POETA


Abordaré hoy un asunto muy peliagudo, complicadísimo y delicado. Es uno de esos temas en los que cualquier mujer usaría la típica frase de la amiga, a la que le pasa tal o cual cosa, y en los que quienes la escuchan aceptan lo de la amiga sabiendo que  es mentira, así como saben  que todo lo que venga después de esa introducción, será verdad. Una verdad que al disfrazarse de mentira coge fuerza de puño y golpea como sólo las verdades saben.

Amante de las letras como soy, siempre supe que los poetas son unos perros desgraciados que usan su arte para engatusar incautas y levantar su ego. Adoran rodearse de admiradoras y escriben apuntando directo al corazón femenino sin compasión ni remordimientos, por eso, por ser tan lista y haberme dado cuenta de como realmente son esos cabrones es que hace muchos años decidí buscarles una buena definición que me sirviera de hechizo protector para salvarme de su embrujo.

Inspirada en el diccionario y en frías descripciones científicas, concluí que poeta es el tipo indecente alrededor del cual las mujeres vuelan como  mariposas hipnotizadas hasta quemarse las alitas y caer muertas, de amor o desamor, a los pies del infeliz. 

Reconozco que como definición deja mucho que desear, no parece muy parcial y puede que le falten hasta comas, pero a mí me sirvió durante años como un impermeable de pescador de altura para no mojarme con los versos cargados con tinta hecha de miel de abeja venenosa, que es con la que estos seres despiadados suelen llenar sus plumas. 

Todo fue bien hasta que una noche unas amigas me hablaron de un poeta de pelo negro y versos de colores que según ellas era la dulzura hecha poema y amor convertido en letras plateadas que brillaban con la luz de los rayos de luna llena. Me acerqué curiosa y descuidada, segura de que mi escudo protector funcionaría y me mantendría a salvo. Incauta y torpe no vi que me estaba acercando demasiado y demasiadas veces. No noté tampoco la frecuencia cada vez mayor con que lo buscaba y trataba de llamar su atención ni percibí la tristeza infinita que me invadía los días en que él no me miraba porque al hablarme disipaba todas nubes y el cielo se llenaba de soles bailarines.

Los días fueron pasando y cuando quise darme cuenta ya estaba completamente enamorada. Ni poco ni muchito, toneladas de amor desesperado, desgarrando mis entrañas mientras mi obsesión por sus letras me impedía percatarme del tamaño del problema.

A las pocas semanas los estropicios eran evidentes, empecé a hablar en rima y a suspirar entre lágrimas ante cualquier flor o cualquier estrella. Lo observaba todo atentamente por breves instantes y enseguida salía volando del local. Atravesaba rauda los cielos árticos o antárticos deseando llevarle a mi poeta aquellas impresiones lo más frescas posible para que él las transformase en poemas con perfume de nieve recién cortada. 

Nunca se vio una musa más intrépida.
Me deslicé por cráteres abiertos para observar la sangre del planeta corriendo por las venas ardientes de los volcanes y amparada en mi inmortalidad me dejé picar por los venenos de cientos de arañas y serpientes para describirle a mi amor las mil formas de agonía más espectaculares.

Hice tantos méritos que pronto fui su preferida. Las otras musas se fueron retirando aburridas buscando otros artistas, pues él sólo tenía oídos para mí. Las mujeres mortales disputaban celosas quien de entre ellas era la inspiradora de aquellos versos bellos y en desacuerdo discutían hasta el agotamiento mientras yo era feliz con mi amado escritor, su blanca piel y sus negros cabellos. 

Él me esperaba ansioso cada noche y yo ansiosa corría a susurrar en su corazón las palabras más amorosamente pronunciadas jamás por ninguna musa para cualquier hombre y todo estuvo bien hasta que el segundo mal me acometió. 

No me bastaba amar.
No.

También los celos se adueñaron de mí y comencé a sufrir cada vez que me iba, sospechando de todas las almas femeninas mortales o inmortales. Dejé de demorarme respirando las flores para besar a mi poeta con perfume de vida y poder regresar más rápido. Dejé de revolcarme en la arena del desierto para llevarle la piel ardiente del deseo animal y me convertí en una musa común llena de prisas y ansiedades que ya no le servía para nada.

Empezaron así las discusiones.
Cortas al principio y demoradas más tarde, hasta hacerse eternas. Él bebía, yo lloraba, él me aseguraba que yo era la única  y yo le exigía pruebas de fidelidad. Él me juraba amor suplicándome confianza mientras yo lo atormentaba de todas las maneras conocidas, le robé el sueño, lo dejé inservible, arrugado, irritado, con el miedo feroz en su pecho instalado.

Entramos en la fase del odio.
Lo dejé sin virilidad.

Sinceramente no podía comprender como las cosas habían ido degenerando hasta llegar a aquel punto y una mañana partí exasperada. No lo hacía para alejarme de él definitivamente sino para tratar de encontrar una solución a tamaño tormento que bien me diese paz para seguir amando a aquel despojo, o bien arrancase de a mí aquella obsesión y me permitiese retomar mi vida de musa frívola y coqueta sin ningún sonrojo.

Me informé con otras musas y todas me indicaron el mismo camino: debía subir la  montaña Melt´s y allí pedir consejo y orientación al más veterano asesor de musas enamoradas, El Sabio Ahmed, famoso erudito que en muchas cuestiones trascendentales había aportado la correcta solución tanto en días pasados como en actuales.

Llegué a su presencia llena de esperanza y agradecida comprobé que él no me apremiaba de ninguna manera, sin interrumpirme me dejó hablar, llorar y contarle con detalle cada uno de los episodios que yo consideraba imprescindibles para una perfecta comprensión del drama que hasta allí me llevaba envuelta en roja llama. 
Él me miró con total comprensión.

Me habían dicho que era un varón de pocas palabras que cuando hablaba lo hacía con voz muy firme y que muchas veces respondía el dilema que le era presentado con una frase mágica que llevaba escondida en los pliegues el germen de la respuesta que necesitaba el visitante.

- Dime como te sientes con todo esto.
Y yo sin mucho reflexionar, respondí  con total sinceridad.
- Estúpida.

Tanta conversación,tanto llanto y frustración para que al final en eso se resumiese todo. Casi estaba a punto de irme cuando él habló de nuevo.
- Cualquier estúpido puede amar, pero para confiar hay que estar loco.

Comprendí que tenía razón, con toda justicia  lo llamaban Sabio. Cualquier mujer llegando a este punto recularía, pero yo no soy una mujer, soy una musa y estaba ante un dilema vital: desamarrar mi cordura para poder vivir mi amor con plenitud, confiando de alma abierta en mi poeta o mantenerme en el camino racional de la musa tradicional y alejarme de ese amor exigente que requería ese último paso más allá del estricto cumplimiento del deber para el que había sido creada.

Miré al Sabio Ahmed suplicante. Mi decisión no era fácil y él lo adivinaba , yo no sabía que hacer pero el anciano, con un gesto elegante, señaló dos copas que estaban servidas en una mesa cerca de donde nos encontrábamos.

- Permite que el destino decida por ti. En una copa tienes el licor de la locura y en la otra el que te dará la paz que tanto ansías, acércate, toma una , bebe y sal de aquí, tus pasos estarán guiados por el destino que escojas al beber y yo estaré feliz de haberte servido.

Cuando salí de allí dos minutos después, yo era la musa desquiciada que soy hoy. Gracias a eso mi poeta dejó de ser un escritor más y ahora es un genio.

Tiene una de las musas más loca de la historia, y  como mis hermanas que bebieron antes que yo la copa del Sabio Ahmed, descubrí pasado un tiempo, que aquel sabio desgraciado me engañó.

En sus licores solo hay locura y jamás una musa encontró la paz después de visitarlo.


Isabel Salas
Del libro NAVAJA DE LLAVERO






miércoles, 11 de diciembre de 2024

VETE




Por un momento
tu camino fue el mío
 y el mío tuyo.

Durante un tiempo,
soplaba en nuestros rostros
 el mismo viento,
en el mismo sendero
del que ahora huyo.

Lo que inundaba el sol y hacía nacer flores, 
se ha llenado de noche.

Algo ha cambiado,
ya no brilla el charol, se fueron los colores.
Todo apesta a reproche.

Me salgo de tu ruta,
salte tú de la mía
y regresa a tu gruta.

Sal de mí,
de mis ojos,
de mis canciones
y de mis labios rojos.
Salte de mis palabras
y de mis intenciones.

Vete.

Márchate de mi vida,
del asfalto,
 de las piedras, del árbol,
de mi alma, 
que vive en sobresalto.

Sigue tu senda,
llévate tus promesas
de caminar unidos.

No hay solución, se abrió la fenda.

Demasiadas mentiras,
miles de burlas formaron mi prisión.

Vete.

Libérame,
vuelve a tu mundo
y olvídame.

Isabel Salas















viernes, 29 de noviembre de 2024

DESNUDA


No estoy en ti.
En nada tuyo estoy
 como tú estás en mí,
viviendo en todo  lo que hago,
desde siempre,
 hasta hoy.

Estás en mis palabras,
y cuando escribo cosas,
eres la espina 
de mis mariposas,
la misma perra espina de mis vocales
 y de mis rosas.

Siempre tú,
maldito botón 
de todos los ojales.

Flotas en mi mirada
y antes de ver el mundo
tengo que sacudirte 
de mis ojos de niña enamorada.
Si no lo hago... 
todo lo confundo
los  verdes se hacen rojos
y en medio tú,
negro profundo.

Vives en mis sonrisas,
en las lágrimas tristes que a veces lloro.
Estás en los suspiros
y en la llave de oro
que abre las risas.

Eres el oso parado en el hielo
y eres los aviones
que vuelan por mi cielo.

Estás en todo lo que cuento
pero cuando te miro
en nada tuyo
yo me encuentro.

Mi corazón es tu casa,
sin poder evitarlo muda su canto
a ti se acompasa.


Encharcado de agua rasa,
el tuyo,
 es el espanto que me arrasa,
 cuando a ti vuelvo
desnuda
y sin orgullo.

Isabel Salas


domingo, 29 de septiembre de 2024

AGUA Y CALOR



Me gustan mucho las tardes así como ésta, fresquitas, nubladas, que colocan una luz de noche anticipada a las seis de la tarde. Por lo que sea, a mí me dan paz. Todo lo que tenga agua me gusta, para beberla, para bañarme o para sentirla encima de mí esperando en las nubes a que sea la hora de caer.

La lluvia en el trópico es un rito ancestral que envuelve al cielo y a la tierra, en cierto modo me parece al mismo tiempo intensa y mágica vestida con una solemnidad casi litúrgica. Antes de caer, un viento fuerte nos avisa a todos de su inminente llegada, alertándonos para que busquemos donde meternos. Lo hace con autoridad no exenta de un cierto toque lúdico, mientras aúlla entre las calles despeinando árboles y mujeres, levantando faldas, metiendo tierra en los ojos y asustando a los perros. En la ciudad, en pocos segundos todos corren a guarecerse, regresan a sus casas si están cerca o se refugian en los comercios y en las iglesias. 

Cuando llegué a Brasil hace muchos años, no sabía interpretar esas señales, vivía en Campinas, una ciudad cuyo nombre siempre sale de mis labios endulzado con la sonrisa de los bellos recuerdos. No corría, no me escondía, si me pillaba en la calle me quedaba parada escuchando el viento, embobada con su fuerza y la lluvia descargaba encima de mí  dejándome empapada en segundos. 

Al contrario de lo que sucede en el hemisferio norte, aquí normalmente, llueve en verano, por las tardes o las noches y la lluvia no está fría.

El olor a tierra mojada es inevitable, aunque estés en una ciudad porque las poblaciones están rodeadas de tierra y hay parques y otros espacios naturales por todos lados, es muy agradable y poético. Miles de canciones o poemas se han inspirado en ese aroma, pero a mí lo que me gusta hasta hoy, cuando hablamos de lluvia, es el olor de asfalto mojado.

Alfalto caliente mojado.

Me despierta todos los sentidos notar el calor que se desprende de las calles que han pasado el día entero al sol. Durante los primeros cuarenta segundos de lluvia, todo ese calor empieza a evaporarse y sube desde el suelo acariciando las piernas mojadas.

Al llegar a la cintura ya no es tan intenso, se ha vuelto templado, y es así que llega al cuello. Templado y mojado, te sujeta por los hombros y te hace tener constancia de tu tamaño, de tu altura, de tu peso y de tu propio calor antes de meterse por debajo del cabello y enredarse en él, jugando e impregnándolo de su aroma. 

Cuando llega a la nariz, el perfume del asfalto ya no quema, huele a calles , a coches, a gente buscando trabajo o amor, a niños con mochilas, a carrito de helados, a zapatos de baile, a tu propia piel, a tu propio pelo y a tu sudor mojado.

A veces después de todo ese recorrido, se desliza hasta los labios y te besa. Un beso caliente y mojado.

Me gustan todas esas sensaciones. Son gratis, son espontaneas y por mucho que las experimente no me cansan, como otras cosas que me dejaron de gustar después de haberme gustado tanto que incluso llegué a creer que sería imposible vivir sin ellas. 

Se puede vivir sin muchas cosas, lo he aprendido conforme mi lista de prioridades año a año se ha ido acortando. Será por eso que tardes como ésta me gustan tanto. Oscurecen  las seis de la tarde, me traen olores gratos de niños con mochila y zapatos de baile,  y sobre todo me recuerdan, con su beso,  que hay cosas que nos gustan para siempre y otras que dejan de gustarnos.

Como tú.
Que cada segundo que pasa me gustas menos.

Isabel Salas
Del libro NAVAJA DE LLAVERO



jueves, 19 de septiembre de 2024

ROTO COMO NUEVO


Cómo podía imaginarme 
que las alas rotas vuelan tan alto,
que las manos de uñas rotas 
acarician mejor
o que las bocas partidas por mil golpes 
saben besar como ninguna.

Nadie me dijo 
que las velas rotas 
de los barcos fantasma
saben atravesar los mundos 
y nadar entre sueños.

Mi corazón roto 
aprendió a dar cariño perfecto,
 mis ilusiones rotas 
han aprendido a brillar con las luciérnagas
y ya no queman.
Vuelan.
 
 Como  podía imaginar 
que romperse es bueno para escribir poemas,
para quererte
y para besar.

Soy el lobo de Caperucita.
Vuelo mejor, nado mejor
beso mejor. 

Quién lo diría...
Que mi sonrisa de alma rota
parece nueva
y canta por alegrías.

Isabel Salas

domingo, 2 de junio de 2024

UN DÍA



Tú no eres mío
pero yo sí soy tuya 
como soy de la Vía Láctea 
o de mi pueblo.
Cosas que me poseen 
porque nací dónde nací,
cuando nací,
y pertenezco así 
adónde pertenezco.

Así me tienes tú,
como quien tiene una sonrisa dulce
o quien posee una mirada triste.
Te tocó tenerme,
y me tienes, 
sin haberme escogido,
sin haberlo pensado.

Un día, 
ya verás, tú también serás mío.
Serás tan mío como el Sol. 
Tan mío 
como el viento mío.
Me dirás toma mi corazón, 
guárdalo.
Y yo lo tomaré.

Lo guardaré 
en la caja vacía de guardar corazones
y ese día 
se encenderán las luces de iluminar las cosas más hermosas.
Las que sentimos porque las sentimos 
sin pensar si convienen
ni discutir razones.


Isabel Salas



jueves, 16 de mayo de 2024

PALOMA






Como tantas palomas equivocadas
yo también me equivoqué.
Norte, sur, tu boca,
mares, cielos, 
desconsuelos,

Tus caricias abolladas,
tus mentiras,
los calores, las nevadas
tus palabras,
los olores 
y tu falta de colores.

Estrellas,
perlas, rocíos,
versos,
pieles blancas
cutis tersos.

Piedras, camas,
orillas,
ramas.
Intentos,
realidades,
desalientos.

Mis noches y tus mañanas,
tu cinismo y mis canciones
mi amor
y tus intenciones.

Como tantas palomas escaldadas
huyo hoy del agua caliente de los gatos.

Me río
te perdono
lloro a ratos, 
me encabrono.

Y al final
después de comprender
que nunca viviré en tu corazón,
te perdono,
escribo,
duermo
respiro ...

y canto la canción 
de las palomas despistadas 
de Serrat.

Isabel Salas
rafael alberti
cuco sanchez

martes, 9 de abril de 2024

ADIÓS





Tras la última oportunidad, 
el adiós.

Un adiós rotundo, 

redondo, profundo.
Un adiós de calidad, 
con calidez, con humildad.

Feliz por haberlo intentado, 

de haberte conocido,
 incluso, porqué no, 
de haberte amado.

Y así, después de darte todas las llaves del candado 

y haber visto el mal uso que hacías del llavero, 
me marcho de tu lado.

Mi tren sigue viaje.

La parada en tu estación fue demorada. 
Pedacitos tuyos se van en mi equipaje.

Mi corazón empieza otra jornada.
Libre de ti, de culpas, 
de pecados.

Fuerte y capaz, 

tal vez un poco triste por tus disculpas
 y tus besos plagiados.

Me voy, me fui, 

ya era.
Te quedas en el invierno 
de tu cerebro sin primavera, 
con tu miedo de amar 
al borde del averno.

Allí te dejo.

Desde el tren, decidida, 
mecida en su vaivén
 por un segundo vuelvo a ser tu reflejo 
para decirte ven, 
ven, amor, 
ven a decirme adiós mientras me alejo.

Isabel salas

del libro
Navaja de Llavero

viernes, 29 de marzo de 2024

LA SONRISA QUE NO VES



El eco, hace unos días,  me trajo tus palabras.

Las mismas de siempre. Las de cada vez que me hablabas de amor, las de prometer, las que decías después de jurar que nunca mentías, esas palabras mágicas que superaban todos los abracadabras y abrían todos los Sésamos de mi sangre.

Me enfadé con el eco, por su crueldad y con el viento por su complicidad, les reproché a los dos con mis palabras especiales de amonestar fenómenos naturales sobre su falta de sensibilidad y decidí ignorarlos por los próximos siglos amén.

Me retiré a un rincón y allí, sentadita, llorando,  traté de arrancar las nuevas espinas  que aquellos dos desaprensivos me habían clavado sin venir a cuento. Las mismas agujas que ya había arrancado tiempo atrás y que tanto me hicieron sangrar, pero en esta ocasión las conocía a todas y fue mucho más rápido que la primera vez, aunque dolió lo mismo para ser sinceros.

Ya estaba terminando cuando de nuevo el viento me volvió a traer tus frases, las mismas, exactas, y enseguida otra ráfaga de ecos de tu voz cantando las mismas canciones, diciendo las mismas cosas.

Casi estaba a punto de llorar de frustración o de rabia cuando el viento me rozó. No sentí hostilidad en aquel toque, al contrario, casi se diría que era un abrazo amistoso que me convidaba a prestar más atención a los detalles de aquellos ecos.

Y presté.
Coloqué todos mis sentidos en alerta máxima y comprendí que no eran palabras del pasado que volvían a mí rebotadas por la crueldad del eco, eran las mismas palabras mentirosas tuyas, sí, las que me decías a mí pero ahora dedicadas a otra mujer...a otras, a muchas.

El viento no estaba burlándose de mí, más bien quería demostrarme que lo que yo sospechaba desde hacía mucho tiempo era verdad y tú usas las mismas palabras y las mismas canciones para coquetear con otras incautas que como yo tienen sed de amor. Lo que en un primer momento me dejó tan triste enseguida se volvió medicina y al rato un gran consuelo.

Desde ese día cuando el viento me trae las frases amorosas que dedicas a otras,  mi pelo permite que las enrede en él, son flores invisibles que me embellecen y me dan paz.

Ahora sé que no perdí nada al perderte, más bien gané y mucho. 

Que pena que el pelo no te deje ver la gran sonrisa que se dibuja en mi boca cuando esto pasa. El cabello alborotado esconde la misma boca que antes sonreía al decir tu nombre y hoy se ilumina en secreto, inmune a los zarpazos de tus mentiras.

Isabel Salas


martes, 30 de enero de 2024

LA LUNA Y SU POETA



Yo soy tu luna,
redonda, blanca, plena.
A veces decreciendo
y otras,
en tus brazos,
llena.

Soy tu bonita luna
que te pide 
que la colmes de besos,
y tú ,
 por estar lejos
me escribes versos.

Soy tu lunita nueva,
que se renueva con tu cariño.

Cada mes un poema, 
una canción 
que risueña, 
me lleva a cantar 
en tu pecho de niño,
nuevas canciones
 de amores, puros deseos 
y bellas sensaciones.

Soy tu luna caliente
de ardiente 
luz azul.

Eres el planeta 
alrededor del cual,
bailo con mis zapatos de charol.
Eres mi poeta.
Y todos saben 
que  luna con poeta
no necesita sol.

Isabel Salas


sábado, 11 de noviembre de 2023

CEDER



A veces tienes que ceder.

Eso te dicen, que en la vida hay que saber ceder y tú, que quieres ser sabia y portarte bien, cedes.Y cedes desde que te echas a andar, maldita sea.Transiges en la escuela,  en el tobogán del parque, en el kiosko de palomitas. Cedes con tus hermanos, con tus hijos, con tus hombres.

Cedes asientos en el autobús y cedes la vez en la fila de la carnicería porque esa otra mujer parece aún más cansada y más triste que tú y llegó arrastrando esas piernas llenas de varices gruesas como dedos y a ti se te ocurre que cederle el lugar es una idea estupenda, así que lo haces y la haces sonreír y ella dice gracias y después le regalas tu tiempo y escuchas cómo te explica que está esperando que la llamen para operarse desde hace trece meses mientras tú piensas cuánto tendrás que esperar tú cuando tus venas te abracen por fuera y quedarte en pie sea una tortura.

Cedes también la película en el videoclub a tu vecino depresivo que estaba loco por verla o en las discusiones con tu cuñada porque no quieres joderle la puñetera Nochebuena a nadie, y menos a tu suegra que cuando se queda contrariada le da por beber y al final te toca a ti llevarla a urgencias. Poco a poco te vas perfeccionando en el arte de ceder y un día estás cediendo en la negociación de gananciales a la hora de una separación o en el valor de tu hora laboral porque más vale un grifo goteando que cerrado cuando lo que gotea es dinero. Te especializas en el arte de ceder y cedes.

Cedes y cedes hasta que un día de pronto, te das cuenta que ceder se parece demasiado a conceder, a transigir, a dar o a entregar. Con la boca seca saboreas el sabor de otros verbos más cabrones como consentir, abdicar o claudicar y te parece que tienen el mismo gusto que desistir y entonces, simplemente, decides que ya no cedes más de momento.

Recuerdas que una vez te dijeron que a veces hay que bajar un escalón para poder subir tres más tarde y que lo bajaste, y más de dos y más de tres, y hoy, de pronto, así como si hubiese llegado volando desde quién sabe dónde, se ha posado ante ti la hora de empezar a subir de nuevo. Levantas el pie, calculas la altura y decides que no cedes más. El escalón es tuyo, el pie también, la rodilla y las ganas de subir. Todo lo tuyo quiere subir y los primeros pasos te llevan ante una librería especializada en diccionarios.

Cuando te preguntan que deseas , la respuesta sale de tu sonrisa de par en par, oliendo a brisa de playa:

- Un diccionario de antónimos por favor.

Isabel Salas






domingo, 5 de noviembre de 2023

DESNUDEZ EXTREMA


  


Cuando te quites la ropa quítate también la vergüenza,
quítate el pasado, el miedo de que duela,
el asco.
Cuando te desnudes, desnúdate tanto
que vengas a mí, desnudo del todo.

No como el día que naciste.
No.
No quiero un niño.

Ven como aquel  día aciago
segundos antes de herirte,
 o justo media hora antes de la primera decepción 
o de la primera herida mortal.

Haz un viaje en el tiempo, 
si puedes,
y viste de nuevo aquella piel nueva
de hombre sin marcas.

Prepara tu pellejo y tu alma
tus ojos, 
tu boca. 

Ven a mí así.
Pizarra limpia, arena de amanecer.
Pared de caverna
antes de descubrirse el fuego 
y los pinceles.

Ven a mí así, con extrema desnudez,
que yo te quemaré con pinturas de fuego 
que no hieren
y te enseñaré  como se tratan
los que se quieren.

Isabel Salas

sábado, 2 de septiembre de 2023

LA NAVE Y EL PLANETA



Ella tenía casi todas las respuestas para las demandas de él. Quiso explicarle con mucha educación  que veía inviable la transformación de la amistad en amor, la edad, las circunstancias, la distancia, los daños acumulados y tantos detallitos que claramente él no veía pero que ella le desmenuzó uno a uno mientras él escuchaba.

Confesó sin vergüenza su miedo de amar. Un miedo muy grande de dejarlo entrar en su corazón y casi rogando le propuso jugar sin quemarse. Amarse un poquito tal vez, un amor juguete, de sí pero no, de evitar el dolor y que al mismo tiempo sirviese para sentir el gusto de los besos sin ensuciar los labios con mentiras ni excusas. 

Le explicó que él, caballerosamente,  debía colaborar y evitar que ella se enamorase, que no debía ser demasiado cariñoso ni galante, ni demasiado atrevido y nunca jamás permitir que el  poquito de amor creciese más que un granito de arroz.

Aliviada por haber sido tan sincera y haberse explicado tan bien, sonrió con valentía mientras él escuchaba y quiso rematar poniendo un buen ejemplo para que él entendiese bien la situación. Animada por lo acertadas que estaban saliendo todas sus palabras hasta el momento, dejó volar la imaginación y en pocos segundos encontró la metáfora perfecta y explicó que ella era como una nave espacial, pero una nave dañada,  con el tren de aterrizaje antiguo que no encajaría jamás en los anclajes de las modernas estaciones espaciales.

En algún lugar  había leído que para facilitarle a las naves de cualquier nacionalidad, poder aterrizar en cualquier estación espacial, en caso de necesidad o emergencia, los países se habían reunido y habían acordado padronizar los anclajes de aterrizaje. Así garantizaban la seguridad de todos los habitantes del espacio, fuesen trabajadores de las estaciones o  tripulantes de las naves.

Él la escuchaba en silencio.
En principio no tenía nada contra las estaciones espaciales ni los acuerdos internacionales sobre aterrizajes de emergencia, pero realmente era asombroso hacia donde ella había llevado la conversación. Todo aquel discurso para concluir  que el anclaje de su nave estaba fuera de padrón y por eso no podría aterrizar nunca en su estación ni en ninguna, era una nave errante condenada a vagar eternamente por el espacio interestelar del desamor. 

Éste, y no otro, era el motivo principal de no poder  amarlo y por supuesto no debían ni intentarlo. Tal vez era por eso que la amaba un poquito, por esas cosas tan absurdamente gráficas, tan fuera de lo común, que le producían risa y ternura al mismo tiempo. Por su vena dramática y su pasión poética al defender teorías estrambóticas como aquella, mientras trataba de justificar el miedo de resultar herida en caso de enamoro.

Lo miraba tan contenta después de terminar su ejemplo, que él se vio obligado a escoger con el máximo cuidado  las palabras precisas para responderle con su voz más dulce:

- Tú estás  en  mi planeta desde que te conocí.

Isabel Salas