jueves, 15 de septiembre de 2016

BATANIA, NEORRABIOSO.


Algunos escritores nos conquistan con una novela, con un poema o con una frase, otros con el conjunto de su obra, o con uno de sus personajes, una reflexión,  una mirada, una sonrisa en una entrevista o simplemente porque nos gustan y ya está, nos tocan, nos mueven, nos conmueven y se clavan en nosotros como un injerto de limonero.

Existe una extensa lista de escritores a los que amo y admiro, las dos cosas, porque me es imposible separar amor y admiración. Gracias a eso, disfruto el cariño que aprendí a sentir por todos ellos, por mi poeta de cabecera Francisco Alvarez Hidalgo o por Gloria Fuertes, la responsable directa de haberme enseñado a leer con lágrimas en los ojos. 

Por tantos otros como Stephen king, Lorca, Ken Follet, Carl Sagan, Rubén Darío o Asimov albergo esa mezcla bonita de sentimientos que los grandes lectores sentimos por los escritores que han poblado por décadas nuestras noches de lectura. Noches en las que la soledad no existía y la cama era nuestro universo particular, las estrellas eran historias, los planetas abrazos y el vacío total era la compañía completa;


Podría hablar de otros muchos escritor@s que me han marcado, pero hoy deseo compartir un poco sobre el último que ha entrado en mi corazón, lo ha tocado y allí está. Ha entrado por la puerta grande y siento que se quedará para siempre, como Isabel Allende, Machado, Jorge Amado, Miguel Hernández o Torrente Ballester.

Es un hombre y está vivo.

Quiero declarale mi amor, que es amor de lectora, sin coqueteos y sin faltarle al respeto. Es un cariño lleno de admiración por su talento y gratitud por las emociones que despierta en mí, sobre todo por hacerme recordar, una vez más, el privilegio inmenso que es amar la literatura en general y la poesía en particular.


Nunca he hablado con él, y él no sabe que existo, se llama Batania, firma como Neorrabioso y vive en Madrid. He visto su foto, he escuchado sus videos, he llorado, me he indignado, he sonreído, he imaginado su amor por esa mujer que lo entretiene a deshoras y estoy de acuerdo con él, el PNV manda en todos lados. Siempre lo sospeché y él, lo ha confirmado como lo confirma todo, con palabras sencillas llenas de caballos y contenedores de basura convertidos en viento para dar vida y hacer olas en el mar inmigrante de Madrid.

Con él he recordado porqué empecé a escribir y he sentido en la carne del alma lo fácil que es morir por falta de viento si eres caballo, canario o poeta.


Modestamente buscaba algo en sus letras para poder decirle un día, si mi plan funciona, que tenemos algo en común y debemos ser amigos. Encontré varios motivos, varios puntos de intersección menguante pero el más evidente y que más nos acerca es que yo también tengo cinco años siempre que nieva y eso apaga los kilómetros y convierte los contenedores en páginas de poemario que lo atraviesan todo y todo  lo juntan.

Te mando un abrazo Batania, y comparto en mi blog y con mis amigos el placer de haberte conocido y la alegría de saber que la poesía ha vuelto y la culpa no es tuya.

Isabel Salas


viernes, 9 de septiembre de 2016

MI ABUELA Y LAS TRES DIMENSIONES


Mi hija de ocho años se echa las manos a la cabeza al explicarle que cuando yo era pequeña, la tele era en blanco y negro.

Se ríe cuando le cuento que yo, acostumbrada a ver Bill Cosby de aquella manera, me crié pensando que los negros eran grises y que me llevé una gran sorpresa cuando descubrí que no. Que cuando llegó la tele en color fuimos a ver un programa de animales que se llamaba "El hombre y la tierra" a casa de un amigo de mi padre porque nosotros aún no la teníamos, y a seguir le hago un relato de los comentarios de las madres, la admiración de los padres y la unanimidad general al comprobar lo verde que se veían los árboles. 

Se descojona.


A ella, como a todos los niños actuales, le divierten las anécdotas y las tonterías que le narro de mi infancia pre-tecnológica. Me gusta divertirla con historietas y trato de explicarle como era la vida antes del móvil, la tableta, Internet, el Youtube o las teles de plasma. Y ahí está el punto al que voy. Las teles ahora vienen preparadas para 3D, y si tienes una de esas y te colocas las gafas de cartón con dos plásticos de colores, pues puedes ver las llamas de los incendios y casi tocar el culo de las cebras corriendo del león. 



Todo eso es muy divertido, pero nada comparado con el desafío de ver la tele a través de una hoja de papel de celofán azul.

Si, eso mismo. Si no tuviste la suerte de pasar por esa experiencia no puedes imaginarte como es, pero te lo voy a explicar ahora mismo. En mi familia esa novedad fue introducida por mi abuela materna. De dónde ella sacó la inspiración para tal artimaña o en que fundamento científico estaba basado el acto en sí, yo nunca lo supe y si me enteré, se me ha olvidado con otros traumas.


El caso es que cuando yo tenía más o menos seis o siete años, un día apareció de pronto delante de la pantalla del televisor una hoja de papel celofán azul que no se caía porque estaba estratégicamente pisada con una virgen de Fátima y una familia de elefantes que iba de mayor a menor en fila cumpliendo la misión gloriosa de mantenerla en su lugar. Recuerdo que mi abuela dijo que era para proteger la vista y nadie lo discutió. Allí se quedó la hoja no recuerdo cuanto tiempo, si fueron meses o años. 



Me pareció mucho . Nunca supe tampoco exactamente que es lo que mi abuela consideraba ser malo para vista, porque ver cualquier programa a través de aquella hoja era difícil y dolían los ojos, recuerdo haberlo comentado alguna vez y su respuesta:

- Imagínate sin la hoja. Dolería más.

Desde luego.


La cosa es que en casa de otras personas nadie puso la hoja protectora y yo siempre tan consecuente llegué a la única conclusión lógica: la tele de mi abuela era peligrosa para la vista, las otras no. Ni se me pasó por la cabeza que aquello fuera un error de mi abuela. 

Piensa en una niña que amase a su abuela, esa era yo.

Ella se llamaba Mari Tere, nos contaba historias, nos amaba, nos hacía flanes maravillosos que se deshacían en la boca y sobre todo, y hablo por mí, me hacía sentir la nieta más especial del mundo. Si ella decía que mirar la tele sin el papel celofán era malo para la vista pues se miraba la tele a través de él y ya está. Yo era feliz en mi mundo sin dudas y la verdad es que mis ojos han sufrido mucho más a lo largo de los años con cosas mucho mas graves. Y sin celofanes azules o de cualquier color que mitigaran los efectos devastadores de tantos desmanes.


Hace unos días comentando con un amigo lo increíble que son las nuevas teles 3D me vino a la cabeza aquella imagen de la tele de mi abuela y pensé que por poco no inventa ella sola y cuarenta años antes esa gran novedad.

Sólo le faltó la hoja roja. 



Me entró la risa pero no pude contárselo porque sabía que si empezaba no podría parar de reír.  O de llorar, recordando a mi abuela amada, generosa, buena, valiente e innovadora.

Uno de los pilares de mi vida hasta hoy.

Uno de mis amores más bonitos.
Amor de abuela, amor de nieta.

Por eso, para hablar de ella...mejor por escrito, de lejos y sin celofanes. Cuando nadie me ve.

Isabel  Salas


Del libro @El canario y la máquina de coser, 2015






viernes, 19 de agosto de 2016

BARRO SECO



Hay quienes piden a gritos una señal de odio.

Piden ser despreciados como una penitencia improvisada que les haga sentir que de alguna manera pueden pagar así las lágrimas que provocaron. No entienden que el barro del zapato se sacude sin amargura, se limpia y se sigue andando sin pensar dos veces en él.

No comprenden que para herir de verdad, hay que ser de verdad, haber amado y haber sabido amar de verdad aunque haya sido de forma efímera y sobre todo, haber herido verdaderamente. Ellos, pobres ilusos, no pueden llegar hondo en ningún lado y no entienden la falta de rencor.

Ni como barro ni como puñalada, no hieren ni molestan, pues nada son  sino una sombra fría que tapa por segundos el sol, y su efecto es superficial, fugaz, tenue y finito.

Hay quienes sueñan con ser perdonados y después olvidados, como si fueran parte de una historia de intensos sentimientos y no comprenden que son ecos sin peso ni volumen. No se conforman siendo lo que son y demandan a gritos  castigos inmerecidos.

Piden ser perdonados sin entender que para eso hay que saber tocar donde ellos ni sueñan poder llegar. Que poder herir no es para quien quiere hacerlo,  y sí para quien puede,  incluso sin querer.

Barrito seco, miga de pan en la bufanda, que ni quema ni mancha.

Se sacude.

...Y se avanza.

Isabel Salas

viernes, 12 de agosto de 2016

DA-ME TEU NOME


Fola corria pela estrada de terra entre todos os demais. Não carregava quase nada, apenas seu bebê de cinco meses, que protegia dos vai e véns de sua corrida com seu braço direito. O esquerdo usava para segurar a mãozinha de sua filha de quatro anos enquanto tentava apagar o medo da menina com olhares de serenidade fingida e palavras suaves que se perdiam no estrondo dos tiros longinquos e choros próximos.

Olhados por fora, era uma família africana a mais, uma família despedaçada por guerras inúteis e cruéis, arrancada de sua vida, correndo ao fugir de sua aldeia.

Sem destino.

Olhando por dentro era uma mulher extremamente assustada. Uma mãe que colocava todo seu empenho e suas forças em levar seus filhos para longe daquele inferno.


Ela tinha um destino sim: o mais longe possível.

Até algumas semanas Fola, seu marido e seus quatro filhos tinham uma vida mais ou menos agradável onde chegavam, às vezes, ecos de guerras longinquas, porém em poucas semanas os ecos fizeram-se vozes e por fim, presença viva.

Seu marido havia partido dois dias antes tratando de por a salvo os dois filhos maiores, um de catorze anos e outro de doze, para evitar que fossem recrutados como tantos outros meninos e obrigados a se transformarem em assassinos precoces.
Meninos soldados como são chamados.


Concordaram os dois, apos conversarem por várias horas, e decidiram que não era isso que desejavam para seus filhos amados. Sendo assim, o marido tentaria passar a fronteira com os filhos e ela se juntaria às mulheres com bebês que esperariam os caminhões da Cruz Vermelha para reunir-se com eles no campo de refugiados, que diziam haver a cento e quarenta quilômetros ao norte.

Parecia um bom plano e como não tinham outras alternativas, se despediram serenamente tratando de não demonstrar pânico. Não queria provocar mais dor nem medo as crianças e, por isso, este homem e esta mulher, que se haviam olhado tantas vezes durante longos minutos, nos olhos, ao fazer amor em suas noites de intimidade e carinho, apenas se olharam um pouquinho na hora de se despedirem, talvez para sempre, com medo que seus olhares os prendessem e os impedissem de se separarem.


Ao abraçá-la ele lhe disse:

- Já sabe tudo...O que posso acrescentar?

E ela respondeu-lhe:

- Claro que sei, vá tranquilo. Está tudo dito, meu amor.

Que outra coisa pode dizer uma mulher a seu homem em uma hora tão ruim?

Depois do último beijo e o último toque cada um se concentrou em sua missão e nos filhos dos quais se encarregaria. Ela o viu afastar-se com passo animado, um menino de cada lado, sem dar-lhes a mão para que se sentissem homenzinhos, carregando cada qual uma sacola com o mínimo.

Só o menor se voltou uma vez para olhá-la, e ela que estava preparada para isso, fez-lhe um gesto alegre de despedida enquanto engolia as lágrimas daquele adeus tão tremendo.

Depois preparou suas coisas.

Diziam que os caminhões chegariam pela manhã para recolher as mulheres, porém os que chegaram foram uns carros  carregados de homens que disparavam em tudo o que se movia.


Fola teve sorte porque uns minutos antes de começar aquela matança ela havia sentido a necessidade de aproximar-se da entrada do bosquezinho onde o dia anterior havia se despedido do marido e dos filhos. A menina estava acordada desde muito cedo, ansiosa e perguntando quando iriam juntar-se aos irmãos, e ela decidiu que em vez de esperar em casa, os três podiam esperar dando um passeio para amenizar a situação.

Por isso, quando começaram os tiros, ela se encontrava fora do alcance deles. 

Não pensou em nada, nem nas amigas ou vizinhas, apenas saiu correndo em disparada arrastando a menina. Por momentos a fazia correr ao seu lado, segurando forte, e quando o desespero apertava a carregava uns metros junto com o bebé até o brazo doer cheio de caimbras pelo peso da filha.

Descansavam quando sentia que ia morrer pelo esforço e depois seguiam avançando. Queria chegar à outra estrada, a que haviam construído para transportar o coltan uns meses antes.

Assim o dia inteiro.

Mais tarde passaram a noite agachados os três juntos. Ela agradecendo a seus seios o leite que lhe permitiu alimentar o bebê e à menina e analisando prudentemente se seria boa ideia rezar, ou melhor, não chamar a atenção dos deuses. Decidiu manter-se calada porque ante aqueles deuses tão cruéis que permitiam tantas barbaridades, parecia boa ideia passar despercebido.

Ao amanhecer saíram do bosque e encontraram outras pessoas assustadas que se moviam na mesma direção. Ninguém cumprimentou ninguém, ninguém perguntou nada. Era uma fila mais ou menos ordenada de mulheres e velhos que levavam suas crianças com o único objetivo de salvá-las e salvar-se.

Parecia que tudo poderia terminar razoavelmente bem quando, de repente, ouviram uma avioneta que se aproximou rapidamente.

Alguns saudaram alvoroçados pensando que era a ajuda que esperavam, outros olharam calados e outros, como Fola, regressaram ao bosque que bordeava a estrada pelo medo que tudo lhes provoca há alguns dias.


A avioneta baixou e abriu fogo contra a fila.

Fola tapou as orelhas de seus filhos enquanto os apertava contra ela e mentalmente espantava as balas com a força de seu pensamento.

Imaginou que uma bolinha de proteção a rodeava, uma bem brilhante, parecida a essas que fazemos brincando com sabão, e ali, dentro dela permaneceu balançando-se com seus filhos como quando nos dói um dente ou uma criancinha chora sem consolo. Balançar a dor e o medo é um recurso humano que não sabemos porque funciona, porém todos o praticamos alguma vez.

E sempre consola um pouquinho.

Quando acabaramm os tiros e a avioneta se afastou, foram saindo aos poucos do bosque os que haviam se salvado. A estrada era um riacho de corpos vestidos com cores alegres e posturas impossíveis. Quase todos mortos, alguns feridos.

Fola decidiu ingnorá-los, não podeia fazer nada e sua única prioridade era salvar aos seus.

Segurando a mãozinha de sua menina e acanhando o bebê que estava enrolado em um pano amarrado ao seu pescoço, acelerou o passo evitando corpos.

Tudo ia bem até que seus olhos encontraram os de uma mulher ferida.

Uma mulher mais jovem que ela, que tratava de erguer-se e a chamava com sua mão ensanguentada. A moça conseguiu juntar umas palavras e quase as suspirou:

- Ajuda-me. Vem.

Fola não queria ajudar. Não queria ir.

Só pensava em seus filhos e não queria perder seu tempo, porém a jovem a havia olhado, a havia chamado e ela se aproximou com uma desculpa preparada, que a outra pudesse entender ao negar-lhe ajuda. A mulher estendida no solo se levantou um pouquinho e então Fola viu que estava encurvada sobre um bebê.

Um bebê intacto debaixo de uma mãe moribunda em uma estrada cheia de pessoas assustadas.

Justo o que ela necessitava.

Aproximou-se sem dizer uma palavra e sem soltar sua filha agachou-se ao lado da outra mãe, olhando-a sem falar.

Que se pode dizer a uma mulher que está morrendo banhada em seu proprio sangue em um mundo hostil deixando um filho desamparado?

As duas se entreolharam.

Os olhos da jovem iam do bebê a menina e ao rosto de Fola de novo. Talvez buscando palavras também.

As mesmas palavras que serviram horas antes para despedir-se de seu marido lhe pareceram adequadas para dirigir-se àquela desconhecida e por isso as deixou sair com suavidade:

- Sei de tudo. Está tudo dito. Fica tranquila, meu amor.

E soltando um instante a mãozinha de sua filha, pegou o bebê da outra e o acomodou no mesmo pano onde estava o seu.

Em seguida voltou a segurar a mão de sua menina que esperava parada no ar. Era o momento da despedida e as duas sabiam que era para sempre.

A jovem conseguiu sorrir e Fola esforçou-se para pedir-lhe:


- Dá-me teu nome, para que eu possa ensiná-lo a seu filho um dia.

Porém a garota já não tinha nada mais para dar. Havia dado tudo e seus olhos já estavam fechados.

Fola não parou para ver se estava desmaiada ou apenas morta.

Levantou-se e com seus três filhos seguiu seu caminho. Agradecendo a seus peitos o leite que garantiam a vida.


Isabel Salas


Dedicado a todas as mulheres do Congo.