que hoy toca ganso aún en la distancia
Comparo mi vida con el tiempo que le lleva a una estrella hacer cualquier cosa y me doy cuenta de lo rápida que está pasando. Como soy efímera. Soy más fugaz que cualquier estrella y eso me hace sonreír. No soy un polvo cualquiera, soy polvo de estrellas fugaces.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
GANDÚL, GANSO Y GAÑÁN
que hoy toca ganso aún en la distancia
miércoles, 15 de noviembre de 2017
SOÑAR OTRA VEZ
martes, 14 de noviembre de 2017
MUJER VOLADORA
miércoles, 8 de noviembre de 2017
LOS OJOS DE EUGENIO ZAMBRANA
Cuando el viejo Eugenio cerraba los ojos y los cubría con su mano, se iniciaba un proceso interno que lo transportaba y lo transformaba; el anciano abría su alma y retrocedía en el tiempo a la velocidad de la luz, escogiendo entre sus miles de vivencias las que merecían ser revividas a todo color, ahora que su rutina diaria era tan gris.
Su novia, su mujer, la madre de sus hijos, la compañera, la cocinera, la que sabía hablarle con la mirada.
Los nietos, en parte porque temían los ruidos nocturnos del viejo desvelado y en parte porque les gustaba torturar al ser indefenso en que, de pronto, se había convertido el viejo Eugenio, corrían a reclamarle a su mamá Mercedes. Salían sin hacer ruido de la sala y la buscaban para contarle que el abuelo se estaba durmiendo, que no los dejaría dormir, que se debe dormir de noche y no de día, y ella llegaba presurosa cerquita de él, se agachaba y le ponía la mano delicadamente en el hombro para no asustarlo, en parte porque también se despertaba con los paseos de su padre en las madrugadas y en parte por una genuina preocupación nacida del cariño.
Si con eso no bastaba para sacarlo del ensimismamiento, ella, mimosa, le pedía un beso y el viejo bajaba la mano que le cubría el rostro para atender el pedido de su hija. Mercedes acercaba su mejilla a los labios del padre y él con cuidado le daba ese beso paternal que siempre tenía sabor de canela y cigarro.
Pero esta tarde al bajar la mano para atender a la hija, el viejo permaneció con los ojos cerrados y con una voz muy chiquita preguntó si estaban los niños cerca.
Estaban y así se lo confirmó su hija.
- Que se vayan, hija, mándalos salir.
No hizo falta que Mercedes repitiese los deseos del padre como órdenes a los hijos. Los niños, sin rechistar atendieron al abuelo y salieron sin decir nada.
- Ya se fueron padre. Dime que te pasa.
Eugenio seguía con los ojos cerrados.
- Me pasa tu madre hija, me pasa que sin ella no sé estar, ni quiero. No quiero abrir los ojos porque aquí dentro la veo. Ella me mira y yo la miro. No hacemos nada malo hija sólo mirarnos.
Mercedes miró el rostro arrugado de su padre. Sus arrugas, sus cabellos blancos, sus ojitos cerrados y unas lágrimas que escurrían despacio haciendo caminitos en zig zag camino de la camisa.
Con el filo de su falda se las secó, mientras recordaba cuantas veces había sorprendido a sus padres mirándose cómplices por encima de las cabezas de los hijos almorzando o al cruzarse en un pasillo. Recordó la sonrisa de su madre y los guiños de su padre . Se acordó de como él, al regresar del trabajo, al primer hijo que se encontrara le preguntaba dónde estaba la madre. La buscaba, se miraban, sonreían, y sólo después buscaba a los hijos para saber del día o de las novedades.
Pensó en su padre en el entierro, semanas antes, tan serio, tan triste, tan de ojos cerrados, tan de de pie al lado del ataúd.
Las personas pensaron que rezaba, pero Mercedes no había visto rezar a su padre jamás, era un ateo convencido y lo último que se le pasaría por la cabeza sería orar en momentos de crisis, simplemente estaba allí, parado en pie al lado de su mujer muerta con una mano en la caja y la otra cubriéndose el rostro.
No era hora para palabras, pues el dolor no las necesita cuando se vive en familia. Se dejó caer en el regazo de su padre como cuando era niña y al apoyarse en su pecho le tomó una de sus manos y la llevó a sus propios ojos.
- También quiero ver a mamá.
La cena, los niños, las prisas y los miedos de no dormir, pararon para admirar como el amor une miradas que la muerte separa.
Mercedes sintió el beso de su padre en su frente segundos antes de dejar de escuchar su corazón.
Sin alarmas, sin miedo, dejó que se fuera apagando sin llamarlo.
Pensó en cuantas veces había escuchado hablar de parejas como sus padres, gente que después de mucho tiempo juntos, no saben despedirse cuando fallece uno de los dos. El otro, en poco tiempo, se apaga y lo sigue.
Y así se acababa de ir su padre.
Con los ojos que él mismo se había cerrado, prendidos en la mirada de su mujer.
Isabel Salas
AQUÍ
jueves, 26 de octubre de 2017
SOUNDIATA KEITA
La historia de Soundiata Keita es una de las narraciones más emblemáticas de la tradición oral africana, transmitida de generación en generación por los Griots, los narradores y guardianes de la memoria en África Occidental. Su vida está llena de elementos que la convierten en una epopeya: lucha, superación, magia y sabiduría. Se cuenta que nació alrededor del año 1217, en lo que hoy es Mali, en el seno de una familia real, pero desde el inicio su destino estuvo marcado por la incertidumbre. A diferencia de otros niños de su linaje, Soundiata nació con unas piernas débiles y se adivinaba que no podría caminar, lo que despertó la incredulidad y la burla entre su pueblo.
Su madre, Sogolon Djata, una mujer de gran inteligencia y fortaleza, enfrentó el desprecio de la corte y del pueblo, pues nadie creía que su hijo podría algún día gobernar. Una profecía anunciaba que aquel niño, a pesar de su discapacidad, estaba destinado a convertirse en el rey de Mali. Sin embargo, pocos creían en ello, ya que no parecía tener las cualidades necesarias para liderar un reino. La presión social y el rechazo marcaron los primeros años de su vida, pero su madre, al igual que tantas madres a lo largo de la Historia, jamás perdió la fe en él.
Consciente del destino que le esperaba, Sogolon se dedicó a fortalecer a su hijo tanto física como espiritualmente. Buscó la ayuda de sabios y curanderos que le enseñaron el poder de las hierbas medicinales, con la esperanza de que pudieran ayudar a Soundiata a recuperar la fuerza en sus piernas. A medida que crecía, el niño desarrolló un espíritu inquebrantable y aprendió a no dejarse definir por sus limitaciones físicas. Tras años de esfuerzo y determinación, logró ponerse de pie y dar sus primeros pasos, un acontecimiento que fue visto como un milagro y una señal de su gran destino.
Su vida dio un giro cuando Sumanguru Kanté, el temido rey del reino de Soso, invadió Niani, la tierra natal de Soundiata. Sumanguru era conocido por su poder militar y por su supuesto dominio de la magia negra. Con gran ferocidad, conquistó el reino, sometió a sus habitantes y acabó con las familias reales que podían desafiarlo. En ese momento, Soundiata comprendió que su destino no era solo caminar, sino también liderar y liberar a su pueblo.
A pesar de su juventud y de su falta de experiencia militar, Soundiata comenzó a reunir aliados entre aquellos que habían sufrido bajo el dominio de Sumanguru. Poco a poco, su ejército se fortaleció, con guerreros que veían en él la esperanza de recuperar sus tierras. No obstante, la amenaza de Sumanguru no era fácil de enfrentar, pues su poder era ampliamente temido. Sin embargo, Soundiata no se dejó intimidar y esperó el momento adecuado para enfrentarlo.
El esperado enfrentamiento llegó en el año 1235, en la Batalla de Kirina cuando Soundiata lideró a su ejército con valentía y astucia, utilizando el conocimiento de su tierra y de la naturaleza a su favor. Las crónicas orales cuentan que en la batalla no solo se enfrentaron dos ejércitos, sino también dos formas de poder: el liderazgo justo y visionario de Soundiata contra la tiranía y el temor que representaba Sumanguru. Con una estrategia bien planeada, logró debilitar al enemigo y finalmente derrotarlo. Sumanguru, vencido, huyó y nunca más se supo de él, para alivio de todos, dejando el trono que había usurpado.
Tras su victoria, Soundiata no solo recuperó Niani, sino que unificó los territorios bajo su mando, dando origen al Imperio de Mali. A diferencia de otros conquistadores, su objetivo no era solo expandir su territorio, sino construir un reino sólido y justo, en el que los diferentes pueblos pudieran convivir en paz. Así, comenzó a establecer un gobierno basado en valores morales muy superiores a lo que sus súbditos conocían como la equidad y la unidad, donde todas las comunidades tenían representación y donde las tradiciones eran respetadas. Para ello, se apoyó en los Griots, quienes se encargaron de preservar la historia, la cultura y los valores del imperio.
Bajo su mandato visionario y adelantado a su tiempo, el Imperio de Mali creció rápidamente, abarcando lo que hoy son Mali, Senegal, Guinea, Burkina Faso y otras regiones de África Occidental. Bajo el liderazgo de Soundiata, la región experimentó un periodo de prosperidad, estabilidad y justicia. Su reinado marcó el inicio de una era en la que el comercio, la cultura y el conocimiento florecieron.
Su legado no se limitó solo a la política y la guerra ya que él entendió la importancia de la memoria colectiva y de la tradición, por lo que dio un papel fundamental a los Griots para asegurar que la historia de su pueblo jamás se olvidara. Gracias a ellos, su relato sigue vivo hasta hoy y el nombre de Soundiata Keita quedó grabado en la historia como el fundador de uno de los imperios más influyentes de África.
Su vida es un símbolo de resiliencia, liderazgo y visión, pues logró superar grandes obstáculos para cumplir con su destino. Su historia nos recuerda que el coraje y la sabiduría pueden abrir caminos incluso en las circunstancias más adversas. A través de los siglos, su legado sigue vivo, inspirando a quienes creen en la justicia, la unidad y el poder de la determinación.
Una de esas historias que encuentro mientras estudio e investigo sobre temas variados 💙