lunes, 21 de octubre de 2019

LAS PERSONAS DE LOS COCHES





Había una vez un niño lleno de lágrimas. Lágrimas paradas, arrinconadas como el arpa cubierta de polvo de Bécquer. Pero en vez de esperar una mano de nieve dispuesta a arrancarle la música... él no esperaba nada. Ni siquiera sabía esperar. Sabía aguantar. Resistir. Callarse. 

Algunas tardes se sentaba en la acera mirando los coches que pasaban con su carita seria y su sonrisa cerrada, imaginando cómo sería la vida de aquellas personas que pasaban tan rápido delante suyo. Alcanzaba a ver unos rostros que algunas veces discutían entre sí. Niños dormidos con las cabecitas dobladas. Mujeres llorando, hombres hablando por el móvil. Chicas preciosas que se pintaban los labios en el semáforo y sonreían mirándose en el espejo retrovisor. Muchachos que movían las cabezas al ritmo de músicas altas que salían por las ventanillas como pedazos de fiesta. 

Él se preguntaba sobre qué discutirían esas personas con tanta intensidad y por qué los niños de los coches siempre estaban dormidos. Se quedaba imaginando los motivos que hacían llorar a esas mujeres o qué conversaciones importantes obligaban a los hombres a hablar por teléfono mientras conducían. Se embobaba mirando a las chicas imaginando si olerían bien, preguntándose por qué abrían los ojos al tiempo que abrían los labios para pintárselos. Escuchaba la música de los chicos y simplemente se dejaba rodear por ella en los pocos segundos que demoraba el coche en alejarse de él. Esas tardes prefería estar allí mirando la vida de los otros pasando que vivir la suya en casa con los gritos, las lágrimas de su madre, los ruidos de portazos y los golpes. 

Un anochecer se levantó de la acera donde estaba sentado y se disponía a comenzar su caminada de vuelta a casa, cuando una moto que venía zigzagueando entre los coches, no lo vio y lo atropelló. Fue tan rápido. Tan doloroso. Por primera vez los coches no siguieron su camino sino que pararon y las personas de los coches bajaron. 

Desde el suelo, donde había caído tumbado boca arriba, después de un corto vuelo que le pareció muy interesante porque había visto el techo de los coches a vista de pájaro, comenzó a sentir el dolor. No podía moverse y el dolor estaba en todos lados menos en sus ojos. Su mirada deslumbrada veía cómo se acercaban las personas de los coches. Nadie discutía. Una chica bonita lloraba mirándolo, los chicos de la música alta movían la cabeza distinto como diciendo que no. Hasta unos niños despiertos se arremolinaban callados cerca de él con unos ojos muy abiertos. 

Hombres hablaban por el teléfono pidiendo ambulancia. 

Le hizo gracia ver cómo todos se habían salido de sus papeles. Una mujer se agachó y le tocó la carita con su mano de nieve y cuando sus miradas se cruzaron, sin querer le arrancó las notas intocadas. Ese niño que llevaba tantos años guardando sus lágrimas sintió que se le venían todas de golpe. Consiguió buscar con su manita la mano de la mujer y sin separar los ojos de ella le pidió con el pensamiento que se la apretase para sentir algo bueno entre tanto dolor. Ella entendió perfectamente y sin apartar la mirada dejó que la mano llena de sangre del chico se deslizase resbalosa en la suya y se la apretó mientras sonreía desistiendo de buscar palabras adecuadas. 

Él tampoco tenía nada que decir y cuando se le terminaron las lágrimas su sonrisa se abrió. Faltaban algunos dientes pero aun así era una linda sonrisa. Y así murió. 

Feliz, rodeado de sus amigos, las personas de los coches.


Isabel Salas

Del libro EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER

lunes, 14 de octubre de 2019

Y POR ESO REGRESAS




Porque a veces escribo para sacudir los mástiles de todas las banderas o levantar un tifón que arranque del tirón todas las tejas de mi falda y otras no, otras sólo necesito llorar a gritos suspensivos disparando sollozos, puntos y mandarinas.

Ser oro en paño, hostia sagrada, gota de amor que cuelga del alambique de cualquier vagina que se precie de estar enamorada. Ser la tiniebla helada que borda oscuridades en tu alma, antes de desollarla para consumo humano.

Y porque a veces, después de ser batalla en las guerras del mundo, yo sólo necesito estar contigo así, como hace un rato, cuando le echaste sal a mi lenguado y me dijiste que a lo mejor el sexo oral supera en mucho la espiral gastronómica de la mayonesa Hellmann´s, nacida, según tú, en el averno más profundo para los verdaderos hombres infernales que quieren mojar pan.

Y nos reímos tanto (que malo es nuestro inglés)  y es esa risa juntos la que se parece tanto al amor de botijo, que bebemos de nuevo, y vamos a la cama a retozar imitando cabritas y delfines. Hacemos cochinadas de esas bonitas que saben a pesar (de los pesares), a dominó y al sándalo de perfumar submarinos de lava.

Y entonces yo te miro y tú me miras y nuestro amor bendice las toneladas de escombro que nuestros besos han acumulado a lo largo de todos los siglos (Amén), y a lo mejor te digo que me gusta escribir mientras escarbas en los lugares esos que tú llamas tu reino y respondes contento que soy tu casa y que sin mí, a la primavera de todos los jardines le falta queso rayado para oler bien.

Y por eso regresas cuando te vas.
Y por eso te quedas cuando te alejas.

Isabel Salas

viernes, 4 de octubre de 2019

LUZ



La luz es como la verdad, sólo hay una. Versiones de la verdad puede haber miles, pero eso no la transforma en algo diferente de lo que verdaderamente es. 

jueves, 3 de octubre de 2019

GATO


Al gato blanco intentamos ponerle Drako, en honor a Drako Malfoy, pero mi madre fue incapaz de recordar ese nombre inglés y lo empezó a llamar el "blanco" para diferenciarlo de su hermano, al que llamaba "el otro".

Los dos llegaron a nuestra casa en estado de calamidad, con tiña, muchas pulgas y más hambre que miedo. Ignoraban (entre otras miles de cosas), que habían llegado a nuestra vida con una noble misión, la de hacer que mi hija pequeña se olvidase un poco de las horas terribles que siguieron al atropellamiento de nuestro Cosqui, un tigrecito maravilloso y juguetón al que todos en casa, incluida nuestra perra Kika, amábamos. 




Aunque sé perfectamente que ningún animal sustituye a otro, no pude resistir intentar amenizar  la tragedia. Comprendo que cada mascota tiene su propia personalidad y su manera única de querernos, sin embargo, la muerte de Cosqui nos dejó a todas muy tristes, y pensé que una forma de paliar el disgusto sería adoptar otro gatito callejero que necesitase una familia. Cuando a unos niños se les muere una abuela u otro familiar no podemos salir a la calle a adoptar otro pariente, pero cuando pierden una mascota, sí se puede traer otra a casa que les haga sentir una alegría nueva. Esa sensación de novedad sirve para diluir un poco el desastre que nos llena el corazón ante la pérdida de un animal querido y en realidad sirve tanto para los niños cuanto para los adultos. 


Nuestros dos gatitos pasaron su periodo de adaptación. Y aunque la Kika nunca los quiso ni jugó con ellos como hacía con Cosqui, los dos nuevos miembros de la familia se integraron y se fueron recuperando de sus heridas y enfermedades. Se convirtieron en dos preciosos gatos, uno Blanco y fofo de ojos dorados y el Otro, rayado de ojos verdes, aunque éste, infelizmente, nunca respiró bien y a los dos años terminó muriendo de una complicación en la clínica del veterinario de la esquina.



Desde que su hermano murió y hasta la llegada de la gatita Pandora años después, el gato Blanco pasó a ser llamado de Gato y a ese nombre respondía cuando lo llamábamos, y digo respondía porque él hablaba con nosotras de muchas maneras. Para solicitar educadamente que le abriesen una puerta o para pedir agua fresca emitía diferentes ruidos y gorgoritos, así como para saludar cuando volvíamos de la calle, despertarnos, avisar que quería cariños o protestar por los abrazos apretados de Hélène. Dominaba distintos maullidos que usaba con mucha habilidad y poseía una personalidad ingeniosa y didáctica gracias a la cual, nos entrenó pacientemente hasta que todos en casa aprendimos a entenderlo.


Esencialmente era un gato inteligente y bueno que conforme el tiempo pasaba iba creando más leyes y normas a las que nos adaptábamos los demás con la urgencia de agradarlo y hacerlo sentir mimado. 



A cambio de tanto cariño él nos regalaba, a veces,  una sesión de ronroneo en nuestro pecho o de fotos para ayudar a vender mis libros como modelo, otras nos ofrecía un canto gatuno que recordaba el arrullo de un pájaro y en algunos momentos extraordinarios una sonrisa. Sí, una sonrisa de delfín con la que nos hacía sentir especiales y dignos. Una sonrisa de felicidad, de que bien lo haces, de que a gusto estamos, que iluminaba la casa y secretamente me emocionaba como si alguien me acabara de premiar con el galardón galáctico del reconocimiento al amor felino.


El Gato tuvo problemas renales después que mi madre regresó a España y esporádicamente, experimentó algunos episodios de mucho dolor  cuando expulsaba sus piedrecitas. Después se recuperaba y volvía a brillar, hasta que la última vez, hace unos meses, no pudo, fue incapaz de recuperarse y murió.


Ha dejado un agujero en el alma de nuestro hogar, que no conseguimos cerrar. Kika y Pandora tienen cada una su papel único e irrepetible, pero no pasa un día en que no echemos de menos a nuestro Gato, a sus maullidos de amor y al cariño que nos regalaba a chorros. Estamos convencidas de que si hay un cielo para los gatos, él estará cómodamente instalado en una nube mullida mirando el paisaje y amando cada rayito de sol.

La nube, por supuesto, la adivino contentísima de tener un invitado tan ilustre.

Isabel Salas


lunes, 23 de septiembre de 2019

DESTINO


En lo oscuro del útero, un corazón late por vez primera. El primero de miles de latidos, el único primer latido posible de cada corazón. A su lado, muy cerca, el dedo del destino espera. Es eterno y no late, vive sin estar vivo y nunca morirá, es apenas un dedo que toca corazones como quien acaricia paredes de vecinos al pasar.

Y espera.

Espera atento la señal inequívoca que lo hará decidir qué futuro tendrá el dueño del nuevo corazón. Unos latidos más, nuevos pulsos de vida libre. Melodía vital, tambor alegre de música que baila cantando una canción recién nacida. El dedo se acerca y con él, el resto de las manos del destino que toman al pequeño corazón mientras llega la señal. Y por fin, después de unas decenas de latidos, llega uno vibrante, diferente, musical. El destino marcará otro ser, escogido entre miles y la emoción lo embarga.

Antes de hablar debe esperar a que las lágrimas abandonen sus ojos y su garganta. Con delicadeza extrema abre sus labios y pronuncia dulcemente las palabras fatales que colocarán grilletes eternos al pequeño corazón:

– “Tus ojos brillarán con la luz de la luna y sabrán ver lo oculto y lo aparente. Sabrás amar y ser amado, pero raramente coincidirán ambas cosas. Apenas por gloriosos instantes conocerás el amor en plenitud, pero bastarán para que él sea
parte de ti.

Tu piel será capaz de descifrar los mensajes del viento y tus palabras llegarán tan lejos como el más fuerte vendaval. Tendrás el don de escuchar los olores de las flores y oler el perfume de las caricias. Tus lágrimas estarán hechas de lava de volcán y tu risa de nubes blancas. Sabrás mirar, oler, tocar, hablar y amar. Podrás sentir en ti, cada uno de los giros del planeta, escucharás sus gritos y sus risas, serás parte de ellos.

Todo será parte de ti.

Serás Poeta.”

Isabel Salas

domingo, 8 de septiembre de 2019

ODA A LOS HUEVOS PERUANOS



Tengo una cosa en mi mano, 
que nadie podrá creer,
es un huevo  peruano
que no es un cojón cualquier.

Peludo como un caniche, 
durito y arredondado
sabroso como el cebiche,
amo tenerlo a mi lado.

Este huevo inteligente
compañero y parlanchín,
es la envidia de la gente
y la flor de mi jardín.

Sonríe cuando le escribo
suspira cuando me voy,
Vivir sin él no concibo
por lo contenta que estoy.

Isabel Salas





miércoles, 4 de septiembre de 2019

AHORA



Ahora que no estás,
nada está igual que cuando estabas.
Ni  los muebles del cuarto,
ni el árbol de la puerta, ni yo,
 ni nada.

Ni mis ojos tristes 
que ahora lucen grises,
ni mi piel dorada,
que perdió calor,
y ahora brilla helada.

Ahora que te has ido, 
inventé maneras nuevas de beber,
otras maneras de dormir
y de comer.

Ya no miro el reloj para ver que hora es.
Ya no busco tu mano
 para andar en lo oscuro.

Ahora yo maldigo este mundo al revés,
huyo de lo cercano 
que me recuerda a ti
y me alejo buscando otro aire 
que no te conozca,
más limpio, 
más puro.

Ahora, cuando quiero reír
y tu risa no está para reír conmigo, 
prefiero desistir.

No soporto escucharla , 
trato de acostumbrarme pero no lo consigo, 
me suena hueca,
cuando apagada, brota
de mi garganta seca.

Ahora que te fuiste
y te llevaste todo lo llevable,
hago un recuento exacto 
de cuanto me mentiste.

Recuerdo tu manera entrañable 
de decirme "te quiero",
 y el último y cruel acto
con que te despediste

Ahora que el amor,
dijiste,
ya no es más amor,
en nombre de los sueños  que soñamos un día, 
para evitar dolor,
y traer alegría,
podemos ser amigos y escapar del horror
de perder para siempre
la mutua compañía.

Sin saber responder, ni como reaccionar
ahora que dijiste lo de "Não nos perder",
te confieso amor, 
que prefiero no verte,
no escucharte, no olerte, 
que te vayas lejos,
muy lejos,
y me dejes solita 
para poder llorarte.

Isabel Salas





domingo, 1 de septiembre de 2019

IDEM


Me tocas, me miras,
 me comes,  me bebes.
Me respiras.

Me besas, me tienes,
me arrullas, y a veces
me hieres.

Me hueles, me cantas,
me aplastas, me elevas.
Me encantas.

Me cielas, me lunas,
me nubes, me aires.
Me acunas.

Me corres, me llamas,
me tragas, me frenas.
Me amas.

Te idem.
Te llamo, te amo.


Isabel Salas