Lo sé sin verte porque aún te siento y sin que mis ojos lo confirmen, mi corazón sabe cuando estás rondando. Mis ojos, mi sangre y mis pulmones que se ponen pequeños y no recuerdan como se respira.
En el tercer cajón de la cómoda, justo al lado del camisón de reserva, ese que compré por si un día necesito pasar unos días en el hospital, estaba tu camiseta verde.
Allí estaba, mirándome con sus ojos de camiseta, la cabrona.
No me gustó su mirada, no me gustó encontrarla allí y si te soy franca, tampoco me gustó nunca ese tono exacto de verde, así que dejándome llevar por la necesidad imperiosa de ejercer mi derecho a la defensa propia, la saqué del cajón ignorando sus gritos, la llevé a la cocina y encima de la encimera, con el cuidado de los rituales mágicos, la corté.
Tardé unos minutos.
No es fácil cortar tela vieja pero después de un rato tenía un montón de jirones verdes del mismo color que tus ojos.
Habrá quien no lo entienda porque hay gente muy insensible para estas cosas, pero sé que también habrá quien sepa lo importante que es dejar espacio libre al lado de los camisones de reserva en los terceros cajones de las cómodas del mundo. Y si para eso hay que tomar medidas drásticas... pues se toman, como se toma tequila con limón o se desmenuzan colores de ojos o se toma la justicia de la mano cuando la pillamos desprevenida y la cortamos por lo sano.
Isabel Salas